sábado, 27 de enero de 2007

Crónica de Valentina Caso Atenco 2006

Industrias Tóxico C. de S.S. de R.I. agradece el Fwd a:
Mario Ernesto Domínguez Bravo.
Hola a todos,

El silencio a veces es de indignación, pero creo que no podemos permitirnos el silencio ante los terribles abusos cometidos por la policía en el caso de Atenco, esto es algo que no podemos dejar guardado en el olvido.

Les envío la crónica de Valentina, la chica chilena que deportaron después de lo ocurrido en Atenco. Creo que tenemos la enorme responsabilidad de hacerlo llegar a todas las personas que podamos, no es posible permitirnos caminar por las calles como si nada de esto hubiera pasado.

A aquellos que no estén interesados en el tema, sólo les piso que lean este testimonio de manera rápida, para tener un poco más de sensibilidad ante lo ocurrido y no creer solamente lo que dicen los medios de comunicación.

PD. También lo envío a todos aquellos que no viven dentro del país para que se enteren de lo que ha pasado en México.

Crónica Valentina Palma, documentalista chilena
Santiago de Chile, Martes 9 de Mayo, 2006

Mi nombre es Valentina Palma Novoa, tengo 30 años, de los cuales los últimos
once he vivido en México. Soy egresada de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia y actualmente curso el cuarto año de Realización
cinematográfica en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Tengo FM 3 de
estudiante.
A continuación quisiera relatar a usted los acontecimientos de los que fui
testigo durante los violentos incidentes ocurridos en el poblado de San
Salvador Atenco el Jueves 4 de Mayo del 2006, los cuales terminaron con mi
expulsión del país de manera injusta y arbitraria.

1.- El día miércoles 3 de Mayo, luego de ver las noticias en televisión y
enterarme de la muerte de un niño de 14 años, mi condición de antropóloga y
documentalista
hizo que me conmoviera con el deceso de éste pequeño por lo
cual decidí dirigirme a San Salvador Atenco a registrar cual era la
situación real del poblado. Pasé allí la noche, registrando las guardias que
la gente del pueblo había montado y realizando entrevistas en las mismas.
Hacía frío, me arrime a las fogatas que la gente del pueblo había montado
mientras seguía registrando imágenes. La luz del amanecer anunciaba un nuevo
día: jueves 4 de Mayo. Han de haber sido como las 6 de la madrugada cuando
las campanas de la iglesia de San Salvador Atenco comenzaron a sonar: tum
tum tum tum, una y otra vez, mientras por el micrófono se vociferaba que la
policía estaba sitiando el poblado. Las bicicletas iban de un lado a otro,
la panadería de un costado de la iglesia ya había abierto sus puertas y la
calidez del olor del pan recién horneado inundaba
la calle junto con el ir y
venir de los campesinos en bicicleta. El señor que vendía atoles me dijo que
tuviera cuidado, que los que venían "eran muy cabrones". Me dirigí a una de
las guardias, donde los campesinos miraban en dirección a la manada de
policías que allá a lo lejos se veía. Metí el zoom de la cámara, me di
cuenta que eran muchos y que cubiertos por sus escudos avanzaban dando
pequeños, imperceptibles pasos. Sentí miedo, ellos eran muchos fuertemente
armados y los campesinos pocos y desarmados. En la pantalla de mi cámara veo
como uno de los policías apunta y dispara hacia nosotros un proyectil que
cuando llego a mi lado pude oler y sentir que era de gas lacrimógeno. Más y
más gases lacrimógenos rápidamente fueron sepultando la calidez del olor a
pan recién horneado y transformaron el angosto callejón en un campo de
batalla. El
aire era ya irrespirable y me fui a la plaza mientras las
campanas sonaban con mas fuerza, por diferentes calles se veía a la policía
a lo lejos avanzar. La poca resistencia que hubo por parte de los campesinos
dejo de resistir ante el ataque de las fuerzas policiales que abruptamente
se avalanzaron sobre los pobladores. Apagué mi cámara y junto con los demás
corrí lo más rápido que pude. Frente a la iglesia había un edificio público
con las puertas abiertas y ahí me metí a esperar ilusamente que la
turbulencia pasara. Habían ahí dos jóvenes resguardándose también ilusamente
del ataque. Éramos tres y nos mirábamos las caras angustiados y con miedo.
Cuidadosamente me asome a mirar a la calle y ví como cinco policías
golpeaban con toletes y patadas a un anciano tirado en el piso sin compasión
alguna. Sentí más miedo, regresé y le dije a los otros
dos jóvenes que
necesitábamos escondernos más, que ahí estábamos muy expuestos. Ilusamente
nos subimos a la azotea y acostados boca arriba mirábamos los helicópteros
que como moscardones ronroneaban en el cielo, mientras el sonido de los
disparos fueron formando parte del paisaje sonoro del lugar. Una voz de
hombre violentamente nos gritoneaba "bajen a esos cabrones que están en la
azotea". Primero bajaron los dos jóvenes, yo desde arriba miraba como los
golpeaban y con pánico no quise bajar, ante lo que un policía gritó: "bájate
perra, bájate ahora". Baje lentamente, aterrorizada de ver como golpeaban en
la cabeza a los dos jóvenes. Dos policías me tomaron haciéndome avanzar
mientras otros me daban golpes con sus toletes en los pechos, la espalda y
las piernas. Mis gritos de dolor aumentaban cuando escuche la voz de alguien
que preguntaba
por mi nombre para la lista de detenidos, respondí
"Valentina, Valentina Palma Novoa" mientras un policía me ordenaba que me
callara la boca y otro me golpeaba los pechos. Una voz de hombre ordeno que
me taparan con los escudos para que no vieran como me golpeaban. Se
detuvieron a un costado de la iglesia y ahí me ordenaron que junto a los
demás detenidos me hincara y pusiera mis manos en la nuca. Siguieron
golpeándonos, mi celular sonó y una voz ordenó que registraran mi bolsa. En
ese momento fui despojada de mi cámara de video, de mi celular y mi pequeño
monedero con mis identificaciones y quinientos pesos. Me levantaron de los
pelos y me dijeron "súbete a la camioneta puta". Apenas podía moverme y
ellos exigían extrema rapidez en los movimientos. Me avalanzaron encima de
otros cuerpos heridos y sangrantes y me ordenaron bajar la cabeza sobre
un
charco de sangre, yo no quería poner mi cabeza en la sangre y la bota negra
de un policía sobre mi cabeza me obligo a hacerlo. La camioneta encendió
motores y en el camino fui manoseada por muchas manos de policías, yo solo
cerré los ojos y apreté los dientes esperando que lo peor no sucediera. Con
mis pantalones abajo, la camioneta se detuvo y se me ordeno bajar,
torpemente baje y una mujer policía dijo: "a esta perra déjenmela a mí" y
golpeó mis oídos con las dos manos. Caí y dos policías me tomaron para
subirme al bus en medio de una fila de policías que nos pateaban. Arriba del
bus otra policía mujer pregunto mi nombre mientras dos policías hombres
pellizcaban mis senos con brutalidad y me tiraron encima del cuerpo de un
anciano cuyo rostro era una costra de sangre. Al sentir mi cuerpo encima el
anciano gritó de dolor, trate de
moverme y una patada en la espalda me
detuvo, mi grito hizo gritar al anciano nuevamente, que pedía a dios piedad.
Una voz de mujer me ordeno que me acomodara en la escalera trasera del bus,
así lo hice y desde ahí pude ver los rostros ensangrentados de los demás
detenidos y la sangre esparcida en el piso. Sin estar yo sangrando, mis
manos y ropa estaban salpicadas de sangre de los otros detenidos. Quieta y
escuchando los quejidos de los cuerpos que estaban a mi lado, escuchaba como
seguían subiendo detenidos al bus y preguntando sus nombres en medio de
golpes y gritos de dolor. No se cuanto tiempo pasó, pero el bus cerró sus
puertas y hecho a andar. Dimos vuelta cerca de dos o tres horas. La tortura
comenzó y cualquier pequeño movimiento era merecedor de otro golpe más.
Cerré los ojos y trate de dormir, pero los quejidos del anciano que estaba
a
mi lado no lo permitieron, el anciano decía: "mi pierna, mi pierna, dios,
piedad, piedad por favor". Lloré amargamente pensé que el anciano moriría a
mi lado, moví mi mano y trate de tocarlo para darle un poco de calma, un
tolete fue a dar sobre mi mano, ante lo cual, con un gesto, pedí compasión
al policía que dejo de golpearme. Queriendo darle un poco de amor acaricie
la pierna del anciano que por unos momentos dejo de quejarse. Le pregunte su
nombre y me respondió. "Si me muero no lloren, hagan una fiesta por favor".
Lloré en silencio sintiéndome sola en compañía de los otros tantos cuerpos
golpeados, pensando lo peor; que nos llevarían a quien sabe que lugar y que
ahí nos matarían y desaparecerían a todos. Por un momento me dormí, pero el
olor a sangre y muerte me despertó. Al abrir los ojos vi la pared de una
cárcel. El bus se detuvo
y una voz ordenó que bajáramos por la puerta
trasera. Me ordenaron pararme y la puerta se abrió y mi cara llorosa y
descubierta vió una fila de policías, sentí miedo otra vez. Desde abajo una
voz ordenó que se cerrara la puerta y que los detenidos debían salir con el
rostro cubierto. Un policía me tapó la cabeza con mi chamarra y las puertas
volvieron a abrirse otra vez. Abajo del bus un policía me agarro con una
mano de los pantalones y con la otra mantenía mi cabeza gacha. La fila de
policías comenzó a tirar patadas a mi cuerpo y al de los demás detenidos que
eran parte de la fila. La puerta del penal se abrió y nos avanzaron por
estrechos pasillos en medio de golpes y patadas. Antes de llegar a una mesa
de registro, cometí el error de levantar la cabeza y mirar a los ojos de un
policía, el cual respondió a mi mirada con un golpe de puño duro
y cerrado
en mi estómago que me quitó el aire por unos momentos. En la mesa
preguntaron mi nombre, mi edad y nacionalidad, luego de eso me metieron a un
cuarto pequeño donde una mujer gorda me ordeno quitarme toda la ropa, pedía
rapidez ante mi torpeza producto de los golpes. "Señora estoy muy golpeada,
por favor espere" le dije. Me revisó, me vestí nuevamente y volvió a cubrir
mi cara con la chamarra. Salí del cuarto y nos ordenaron hacer una fila de
mujeres para ingresar formadas y cabeza abajo al patio del penal, que luego
me entere que le decían "almoloyita" en la ciudad de Toluca.
Han de haber sido las dos de la tarde del jueves 4 de Mayo cuando ya
estábamos dentro de las instalaciones del penal. Nos llevaron a un comedor y
nos separaron a hombres y mujeres. En una esquina, en medio de llantos las
mujeres nos contábamos las vejaciones
de las que habíamos sido objetos. Una
joven me mostró sus calzones rotos y su cabeza abierta llena de sangre, otra
contaba que la habían llevado en medio de dos camiones mientras la
golpeaban, vejaban y decían "te vamos a matar puta". Otra joven me comento
que tal vez y estaba embarazada, todo en medio de llantos y apretones de
manos solidarios. El estado de shock entre las mujeres era evidente. En
frente nuestro los hombres conversaban entre ellos mientras nosotras
observábamos sus rostros sangrantes y deformados producto de la brutal
golpiza. En eso estábamos cuando una mujer se acerca a nosotras y empieza a
dar algunos nombres y pide que nos separemos del grupo. Éramos cuatro:
Cristina, María , Samantha, Valentina. Se nos une al grupo un quinto; Mario.
Éramos los cinco extranjeros detenidos. Al momento llega un hombre, creo que
era el
director del penal y nos dice que allí donde estábamos, estábamos
seguros, que aquí nadie nos golpearía, que lo que hubiese pasado antes de
ingresar al penal no tenía nada que ver con el, como si dentro del penal no
nos hubiesen también golpeado. Le pedimos hacer una llamada, petición que
nos fue negada. Mientras los detenidos visiblemente mas heridos eras sacados
del lugar rumbo al centro de atención médica que había dentro del penal; no
eran unos ni dos, de los ciento y tantos detenidos que éramos, han de haber
habido unos 40 con lesiones gravísimas. Uno de los primeros en salir fue el
anciano moribundo que a mi lado en el camión iba, a quien no volví a ver
nunca más. Nos llegó el turno a los extranjeros de ir a hacernos el chequeo
médico. Yo tenía moretones en los pechos, la espalda, hombros, dedos, muslos
y piernas, se recomendó hacerme una
radiografía de las costillas pues me
costaba respirar, cosa que en ningún momento se hizo. La enfermera que
tomaba nota y el médico que me atendió actuaban con total indiferencia a mi
persona y las lesiones que presentaba. Salí de la oficina médica a esperar
que Cristina, María, Samantha y Mario terminaran el chequeo. El seudo
chequeo médico terminó y nos llevaron a una sala para tomarnos declaración.
Extrañamente un licenciado salido de quien sabe donde nos recomendó que no
prestásemos declaración, comentario que era contradicho por las personas que
estaban tras la maquina de escribir. "Esta bien si no quieres declarar,
estas en tu derecho, pero sería bueno que dejaras constancia de lo que te
pasó" me decía una licenciada. Mientras hacíamos las declaraciones,
comenzaron a llegar al lugar muchos hombres de corbata que haciéndose los

chistosos y amables nos preguntaban quienes éramos y como y porque habíamos
llegado al poblado de Atenco, que si acaso sabíamos lo peligrosa que era esa
gente.
Cayó la lluvia y nos trasladaron al comedor con todos los demás detenidos,
se nos obligó a sentarnos y no podíamos establecer contacto con los
detenidos mexicanos, si queríamos ir al baño debíamos pedir permiso.
Llegaron funcionarios de derechos humanos a tomarnos declaración y fotos de
nuestras lesiones, las declaraciones fueron tomadas sin interés,
mecánicamente. Se nos obligó a que registráramos nuestras huellas, nos
tomaron fotos de frente y ambos perfiles, nos dijeron que eso no era una
ficha, que era un registro necesario pues era muy probable que en la
madrugada saliéramos en libertad y que para eso se necesitaba hacer la
ficha. Una olla de café frío y una caja con bolillos
fueron la cena. Ha de
haber sido la media noche y me acosté en una dura banca de madera a tratar
de dormitar un poco, fue imposible, hacía frío y no tenía cobija. Del lado
de los hombres, un rasta se dio cuenta de mi impaciencia ante el no poder
dormir y comenzamos a hablarnos de un lado a otro con señas. Estábamos en
eso cuando se presenta un custodio y comienza a dar los nombres de los cinco
extranjeros. Nos levantamos, dimos un pequeño adiós a los demás detenidos y
abandonamos el lugar. Nos llevan a un lugar de registro, nos entregan
nuestras pocas pertenencias y nos sacan del lugar camino a una camioneta
diciéndonos que nos llevarían a una oficina de migración en Toluca. Afuera
del penal escuche voces conocidas que gritaban mi nombre, me acerco a las
rejas y puedo distinguir a muchos de mis amigos que me preguntan como estoy,
les digo
que mas o menos y que nos llevan a migración de Toluca. Ellos me
dicen que me van a seguir que no me van a dejar sola. Mi tía Mónica me pasa
un sobre que contiene mis documentos migratorios y María Novaro, mi maestra
y mamá en México, me da una chamarra para el frío. Así me subo a la
camioneta que cierra sus puertas y oscuros nos vamos. Pasamos a una oficina
en Toluca a buscar a una licenciada y de ahí nos llevan a la estación
migratoria de las agujas en el DF.
Han de haber sido las tres de la madrugada cuando llegamos a la estación
migratoria. Ahí una vez mas, un médico de mala gana constató lesiones.
Dormitamos un rato porque a la hora en que llegamos no era horario de
oficina, así que no habían muchos funcionarios en el lugar. Dieron las 7 de
la mañana y un auxiliar nos llevo cereal con leche. Luego me tomaron
declaración, una declaración
en donde además de preguntar por mis datos
personales, me hicieron preguntas cómo: conoces al EZLN?, has estado en
Ciudad universitaria?, participaste en el foro mundial del agua?, conocías a
los otros extranjeros detenidos?, etc. Firme la declaración a la que se
adjunto mi documento migratorio, una carta de mi centro de estudios, una
carta de mi maestra María Novaro, mi pasaporte, mi cedula de identidad
chilena y mi credencial internacional de estudiante. Estaba en eso cuando
recibo una llamada del cónsul de Chile en México, quién me pregunta mi
nombre, el numero de mi cedula de identidad y si tengo algún pariente en
México, me informa que lo que el puede hacer es velar que el proceso
correspondiente se realice en las condiciones legales pertinentes. Regreso a
continuar mi declaración y las preguntas sobre el EZLN, el sub comandante
Marcos
y Atenco se repiten. Mientras tanto afuera de la estación migratoria
se habían congregado amigos y familiares, con los cuales no se me permite
comunicar, traté de hacerlo a través de señas y carteles, pero incluso eso
nos es negado. Me llevan a un cuarto en donde hay tres hombres que me dicen
que están ahí para ayudarme, ellos me toman fotos de frente y ambos perfiles
y en todo momento graban la conversación. Me preguntan mi nombre y si tengo
algún alias, que si conozco al EZLN, que si he ido a la Selva Lacandona, que
les de nombres que puedan dar antecedentes de mi, que qué tipo de
documentales me gusta realizar. Me dicen que mi amiga América del Valle esta
preocupada por mi porque me había perdido mientras escapábamos del lugar,
mujer de la cual recién en Chile me entero que es una de las dirigentes de
Atenco que la policía persigue. Al
terminar el interrogatorio, mis huellas
dactilares son tomadas en una maquina muy sofisticada que va a dar a una
computadora. Me sacan de la sala y me llevan a otra donde hay tres
visitadoras de la comisión nacional de derechos humanos y luego de que las
dos españolas y yo les contamos lo que hemos vivido, nos recomiendan
urgentemente solicitar un abogado para que se gestione un recurso de amparo
ante una posible deportación. El ambiente ya es tenso, así que le pido a una
de las abogadas una pluma y un papel, para escribir
"1 abogado" y mostrárselos por la ventana a mis amigos que están afuera, en
ese momento entra un licenciado de migración y al verme escribiendo me dice:
"necesitas un abogado?, yo soy abogado, cual es tu problema", le contesto
que quiero poner un amparo, ante lo que el me responde que no es conveniente
poner un amparo
porque el amparo implicaría estar en la estación migratoria
un mes y que lo mas probable era que pronto saliésemos en libertad, las
visitadoras de derechos humanos, lo increpan y le dicen que por favor me
dejen hablar con alguna de las personas que están afuera. La visita se
concede y hablo con Berenice, con quien me dejan hablar cinco minutos, a
ella le digo que necesito un amparo y me dice que eso ya esta. Me despido
abruptamente de ella y luego me llevan a hacerme un chequeo médico por
segunda vez en esta estación migratoria, estoy en eso, cuando un licenciado
llega apresuradamente a interrumpir el chequeo y me dicen que me van a
trasladar a otro lugar, yo pregunto que adónde y no se me da respuesta. Al
salir de la consulta médica me encuentro a una de las visitadoras de
derechos humanos y le digo que por favor avise a mis amigos que están
afuera
que me van a trasladar, le pregunto al licenciado que adonde me llevan y me
responde que a las oficinas centrales de migración, no me dejan seguir
hablando con el y me suben a un auto particular en el que también estaba
Mario, mi compatriota. Me subo, se suben tres policías, se cierran las
puertas y una policía pide cerrar las ventanas. La reja de la estación
migratoria se abre y el carro se va como escapándose de algo. Íbamos por
periférico a más de 100 Km. por hora en medio de un tráfico contundente.
Pregunto que adonde nos llevan y no obtengo respuesta, ya en el camino, me
doy cuenta que vamos rumbo al aeropuerto y que delante de nosotros van dos
carros más; uno con Samantha, la alemana y otro con María y Cristina, las
dos españolas. Ante la inminencia de la expulsión injustificada en todo
momento, no me queda más que cerrar los
ojos y apretar los dientes y pensar:
otra violación más. Llegamos al aeropuerto como a las 6 de la tarde. Nos
bajan de los autos y nos ingresan custodiados a una sala completamente
blanca donde nos mantienen detenidos una hora o más. Luego nos ingresan a
las salas de espera al interior del aeropuerto, donde nos mantienen
custodiados. Primero sale el vuelo de Samantha. Seguimos esperando y en la
espera yo no hago mas que llorar, me siento mal, me paró y trato de caminar
por el pasillo, se me acerca una custodia y me dice que debo estar sentada,
"me siento mal" le digo, "no me voy a escapar, déjame". Sigo llorando y un
policía se acerca y me dice: "ya no estés así, no conviene esa actitud, si
te sirve de consuelo, déjame decirte que no estas deportada, que solo has
sido expulsada del país, pero puedes volver a entrar en cualquier momento".

Ilusamente sus palabras me calman. Nos llevan a un bar a fumarnos unos
cigarros porque todas estamos muy alteradas. El vuelo de Lan chile de
aproximadamente las once de la noche es anunciado, a mí y a Mario nos
llaman, nos despedimos de María y Cristina con un apretado abrazo. Nos
formamos en la fila y nos entramos al avión. Dentro del avión uno de los
pasajeros se acerca a mí y me entrega unas cartas que han mandado mis amigos
que estaban afuera haciendo todo lo posible para detener esta injusta
expulsión. Caen mis lagrimas de no saberme sola, la custodia que va a mi
lado, me dice que qué me pasa, le cuento mi caso; le digo que llevo viviendo
en México 11 años, que mi vida esta en ese país, que nunca se me dijo que
estaba pasando, que todo el procedimiento ha sido ilegal, que he sido
golpeada y vejada por la policía. Me dice que a ella le
avisaron 30 minutos
antes de subirse al avión que viajaría a Chile, que a ella no le dijeron
nada, pero que si notaba que algo raro hubo en el procedimiento, porque
normalmente antes de deportar a alguien se pasa mínimo un mes en la estación
migratoria, que ha de haber sido una orden dada desde arriba. Ya asumiendo
mí expulsión me pongo a platicar con ella y le digo que lugares de Santiago
puede visitar el corto tiempo que dure su estadía. El cansancio y la
impotencia son demasiadas, me duermo. Me despierto con la cordillera de los
Andes en la ventanilla del avión. Bajamos del avión, nos entregan a policía
internacional, donde nos toman declaración del porque de nuestra deportación
y/o expulsión. Afuera me esperaba mi familia, llantos, besos, abrazos. Nos
vamos al hospital a constatar lesiones y rápidamente armamos una conferencia
de prensa
con televisión y radio, en donde denunciamos la ilegalidad de
nuestra expulsión y la brutalidad policial de la que fuimos objeto.

2.- Después de lo que les he contado quisiera hacer de su conocimiento mi
total rechazo, indignación y rabia ante:

a) la utilización de la violencia física, psicológica y sexual como arma de
tortura y coerción en contra de las mujeres.
b) la brutalidad policial de la que fuimos objeto todos los detenidos, más
allá de nuestras nacionalidades.
c) la ilegalidad de mi deportación en dos sentidos: por haber estado mis
papeles migratorios en regla y por el rechazo al amparo presentando,
argumentando mi ausencia en el país, cuando yo aun estaba en México.

3) Por lo expuesto anteriormente anterior, estamos estudiando con nuestros
abogados, orientar nuestras acciones tendientes a lograr:
a)Se nos restituya el
derecho a seguir estudiando en México por medio de
todo tipo de gestiones con el gobierno chileno y mexicano;
b)gestiones a nivel diplomático con la embajada de México en Chile;
c)poner una querella criminal contra la policía por delito de lesiones
d)entablar una demanda contra el estado mexicano por deportación ilegal.

¡No a la violación , no al uso de mujeres y hombres como objetos, no a la
brutalidad y a la tortura, no a la justificación de la violencia!
Atte.
Valentina Palma Novoa

3 comentarios:

  1. Hola Indus...

    Esta carta de Valentina, la envié por correo electrónico más o menos cuando salió en no sé qué periódico (¿sería La Jornada? No lo sé), como dos semanas después de que se publicara.

    Me parece sin embargo, por lo que ha venido pasando al respecto, que nadie pela y que incluso condecoran a los polis que están involucrados, que es muy bueno que la pongas de nuevo en circulación. Creo que la enviaré de nuevo.

    Salu2 desde Puebla.

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  2. Respuestas
    1. Pffffff!!! Tardé 8 años en ver este comentario! Sí tengo cel tocayo.

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