ANEXO 1
Al pueblo mexicano.
Declaración de 37 sacerdotes sobre el conflicto estudiantil de 1968.
Como sacerdotes tenemos por tarea de nuestra vida colaborar con los hombres (y mujeres) en el pleno desarrollo de su persona, dentro de sus actividades cotidianas [...].
[...] Creemos nuestro deber comunicar a todos nuestros compatriotas el fruto de nuestras reflexiones.
[...] los últimos acontecimientos, iniciados el 23 de julio del presente año en el medio estudiantil, han tomado características que importan a toda la comunidad nacional [...]
[...] Las instituciones educativas involucradas están llamadas a ser centros colaboradores y difusores de ciencia, técnica y auténtica cultura y no solamente fábricas de profesionistas. Por lo mismo, tiene derecho a realizar su misión asumiendo la responsabilidad de su función en la comunidad nacional. Es sumamente importante que los maestros y alumnos de las diversas instituciones educativas se integren en la tarea de ayudar a la liberación de las energías creadoras de un pueblo que busca su desarrollo en una verdadera libertad.
El actual conflicto importa a todos, por los valores que en él entran en juego, personales y comunitarios. La dignidad de las personas se está viendo lesionada por la calumnia, el insulto, la represión violenta o el manejo.
Los valores que sostienen nuestra vida comunitaria son amenazados por la división de ciudadanos, que se ahonda cada vez más por razón del choque de mentalidad de generaciones (entre clases marginadas y clases privilegiadas), agravando esta situación el deseo de imponer como interés general lo que no son sino puntos de vista de grupos o fracciones.
[...]
1. La juventud estudiantil, en esta coyuntura, está tomando conciencia tanto de ser un factor importante de influencia en el pueblo para el cambio social, como de la responsabilidad que le corresponde. Sin embargo, habrá que dar su lugar al pueblo en el proceso de su propia promoción.
2. México necesita de cambios para su desarrollo. El desarrollo es tarea de todos, por consiguiente:
Decimos:
• No al uso sistemático de la violencia y a la fuerza del atraco, de cualquier parte que venga.
• No al uso de medios de control psicológico que confunden y degradan, ya sean rumores, abusos de símbolos y creencias, o publicidad masiva dirigida.
• No a los oportunistas y provocadores, a los indiferentes y apáticos.
• No a los que rechazan todo cambio por disfrutar de una situación privilegiada.
Decimos:
• Sí al diálogo respetuoso y franco en busca de una paz equitativa.
• Sí a la unidad del estudiantado, en el respeto mutuo de su pluralismo ideológico, y a su contacto y preocupación por los problemas del pueblo.
• Sí a la necesaria reforma universitaria y educativa.
• Sí a la necesidad de cambio para la promoción y el progreso de mujeres y hombres.
• Sí a la creación de una sociedad nueva, basada en estructuras más justas, y al derecho a una información objetiva.
• Sí a la toma de responsabilidades, a la voluntad de participar en los esfuerzos comunes, a la colaboración leal en un espíritu de comprensión y de interés.
• Sí a la responsable participación política en orden al bien común.
3. Deseamos que en la discusión y en los enfrentamientos inevitables se ponga, por encima de todo, el respeto y la consideración a la persona de otros. [...] Todos [...] tenemos responsabilidades en la evolución del conflicto actual. Todos debemos rehusar a la división, rechazar el odio, dominar el temor y buscar la paz que se funda en la justicia.
ANEXO 2
Mensaje Pastoral del Comité Episcopal sobre los sucesos de Tlatelolco.
1. Los acontecimientos que han tenido lugar [...], nos plantean problemas humanos que, a la luz de la palabra divina no podemos soslayar, ni pueden dejarnos indiferentes. Ya en nuestra carta pastoral sobre el Desarrollo e Integración del País (26 de marzo de 1968) [...], señalamos lo mucho que nos queda por hacer para que la justicia social sea norma de vida para todos [...] Hablamos en nuestra carta de la necesidad del cambio de mentalidad, de actitudes y de estructuras y tratamos de hacer ver la urgencia de estos cambios, como condición indispensable de la unidad nacional, del desarrollo del país y de la paz.
2. Debemos ser conscientes de que vivimos en una sociedad que, como toda sociedad en desarrollo, muchas veces se ve afectada por estructuras injustas, de las cuales todos somos responsables. Cuando se habla de una sociedad más justa, es necesario definir, como punto de partida, el contenido de esa sociedad que se desea construir como respuesta a la existente, sin que haya ruptura con todo lo bueno que hasta ahora hemos logrado con tanto sacrificio. Por eso no basta la emoción efervescente, la indignación agresiva que impele a destruir lo que parece símbolo de opresión. Se requiere el conocimiento, la previsión reflexiva, la planificación metódica de todas las dimensiones que deben conformar un orden justo.
Por eso comprendemos bien la difícil tarea de gobernar y no podemos aprobar el ímpetu destructor ni el criminal aprovechamiento, por quien quiera que sea, de las admirables cualidades de la juventud para inducirla a la violencia, a la lucha anárquica, al enfrentamiento desproporcionado, aun cuando fueran nobles las motivaciones.
3. Pensamos que en todos los conflictos humanos se debe imponer la fuerza de la razón que, en la vida de relación que necesariamente se vive en la sociedad, se traduce hoy por el diálogo. En toda sociedad democrática deberían existir mecanismos de diálogo. Muchas veces los conflictos son reveladores de su ausencia o de su mal funcionamiento. Pero aun cuando ya ha estallado el conflicto, todavía hay que creer en el diálogo, de lo contrario sólo queda la violencia. La violencia es contra algo o contra alguien, no es camino de progreso hacia algo. Por eso el único producto connatural de la violencia es el vacío, la frustración, el temor, el odio y la venganza, la destrucción de las condiciones indispensables para el diálogo.
4. El diálogo es mucho más que la simple información, es creer [...] y es amar [...]. Es comprender, buscar, aceptar y dar una comunicación que excluye la condenación apriorística; es querer el bien del interlocutor y una comunión mayor con él, de sentimientos y de convicciones. No creemos en un diálogo en un sentido único, que es más bien un monólogo, sino en un diálogo que obligue a reconocer en el otro una razón y una libertad, que acepte que, en el plano social, los dialogantes deben solidarizarse para construir algo mejor, por encima de sus ideas particulares.
5. Con esa luz enfocamos el problema estudiantil, que no es privativo de México. Es un hecho mundial y es problema que debe considerarse dentro del contexto social. Si se considera separado se corre el peligro de ni entenderlo y de hacer un planteamiento falso. [...] Si los sectores más responsables y social nos negamos a realizar la autocrítica, a revisar nuestros valores y procedimientos, se corre el inminente peligro de que la esperanza de los desesperados se refugie en la violencia negadora de la paz.
[...]
7. La paz [...] es ante todo obra de justicia (GS78). Ella supone y exige la instauración de un orden justo (PT 167; PP 76) [...] Allí pues, donde existen injustas desigualdades entre hombres, mujeres y naciones se atenta contra la paz [...]. La paz en América Latina, se dijo en Medellín, no es, por lo tanto, la simple ausencia de violencias y derramamiento de sangre. La opresión ejercida por los grupos de poder puede dar la impresión de mantener la paz y el orden, pero en realidad no es sino el germen continuo e inevitable de rebeliones y guerras (Mensaje de Pablo VI, 1 de enero de 1968). [...] el desarrollo integral [...], el paso de condiciones menos humanas a condiciones más humanas, es el nuevo nombre de la paz. La paz es [...] un quehacer permanente (GS 78). La comunidad humana se realiza en el tiempo y está sujeta a un movimiento que implica constantes cambios de estructuras, transformación de actitudes [...]
8. La tranquilidad en el orden, según la definición agustiniana de la paz, no es pasividad ni conformismo, ni es algo que se adquiere de una vez por todas; es el resultado de un continuo esfuerzo de adaptación a las nuevas circunstancias, a las exigencias y desafíos de una historia cambiante. Una paz estática y aparente puede obtenerse con el empleo de la fuerza; una paz auténtica implica lucha, capacidad, conquista permanente. [...]
9. [...] Debemos demostrar que tenemos todos lucidez y valor para construir juntos, por encima de nuestras diferencias ideológicas, el desarrollo y el progreso de nuestro país [...]
México, D. F. a 9 de octubre de 1968.
Por el Comité Episcopal,
ERNESTO CORRIPIO AHUMADA,
Arzobispo de Oaxaca, Presidente.
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